Tengo 54 años. Nací en Frankfurt (Alemania) y vivo pedaleando por el mundo desde hace 24 años. Fui técnico informático. Tuve cáncer y los médicos me daban por muerto. Soy soltero y vivo con dos perros, Nanuk y Chinuk. Creo en Dios, no en las iglesias.
Llamativa bicicleta!
Cargo tienda de campaña, ropa, cubiertos, lo básico... Ah, y un carrito para mis dos perros esquimales.
¿De dónde viene usted?
De Alemania, Suiza, Italia... y me dirigía a Grecia, pero los alemanes no somos bien vistos allí y me he desviado a Barcelona.
¿Y adónde irá después?
Zaragoza, Burgos, Pamplona, París, Moscú.
¡Toma!
Vivo pedaleando por el ancho mundo.
¿Desde cuándo?
Desde hace 24 años. ¡Ya llevo 197.700 kilómetros pedaleados!
¿A santo de qué?
¡Me lo pide el cuerpo! Hacer esto me hace feliz. Siempre lo soñé. Y, haciéndolo, aprovecho para dar ánimos con mi ejemplo.
¿Dar ánimos a quién?
A enfermos de cáncer. Yo padecí un melanoma maligno, me dijeron que moriría. A los 28 años me diagnosticaron un melanoma en el costado y me operaron, mire, mire...
¡Uf, menudo costurón!
Estaba todo por dentro. Me operaron rápido, pero células malignas se habían extendido al sistema linfático. El médico me dijo que viviría de seis meses a seis años.
¿Cómo reaccionó usted?
Rompí a llorar. ¿Por qué me pasaba esto a mí, si ni fumaba, ni bebía, jugaba al fútbol y al tenis, comía bien y me cuidaba mucho?
Ya.
Tras la conmoción, revisé mi vida y fui consciente de que estaba dándome mala vida.
¿En qué sentido?
Hacía a disgusto mi trabajo de técnico informático, vivía estresado, con un estrés negativo, nada creativo ni gratificante: ¡mi cuerpo recibía negatividad día tras día!
¿Y cree que eso influyó en su cáncer?
Llegué a ese convencimiento. Los médicos me lo negaban. ¡Hoy ya no lo niegan tanto!
¿Y qué hizo usted?
Acepté íntimamente que mi cáncer iba conmigo, que yo era yo con mi cáncer, y me relajé: ¡aquí estábamos los dos, juntos y vivos!
Pero con sentencia de muerte...
La incumplí: decidí que viviría cada minuto, que enviaría mensajes positivos a mi cuerpo día a día, sin pensar en morir. Y para eso tenía que hacer cosas que me gustasen.
¿Ir en bicicleta?
¡Sí! Me largué a los Alpes suizos con mi bicicleta y mi perro: rodé 3.500 kilómetros durante siete semanas. ¡Fue fabuloso! Y seguí haciendo lo que me apetecía, seguí... Y entendí que eso era vivir. Y así pasó un año.
¿Qué decían sus médicos?
Tuve que someterme durante meses a pequeñas cirugías, pero ya dominaba mi vida. Mi cuerpo ya no recibía malos mensajes... Y yo ya había aprendido qué debía hacer.
¿Qué?
Vendí todas mis cosas en Alemania, me subí a la bicicleta y, con mis dos perros, empecé a recorrer el mundo. Empecé por Canadá, en invierno. ¡Me gusta mucho el frío!
¿Y eso?
Mis perros tiran de mí en la nieve dura. Me encantan los espacios abiertos, la naturaleza salvaje. Eso sí, cuando llego a una ciudad, me acerco a los medios de comunicación.
¿Para qué?
En Canadá conté mi historia, la leyó un médico y me localizó y me rogó que hablase con sus pacientes. "¿Y qué les digo?", pregunté. "Lo que haces", contestó. "¡Vivir!", le dije: "Me gusta vivir". "¡Pues cuenta eso!".
¿Y lo contó?
Ante pacientes de cáncer y periodistas. Acabaron llorando. Entendí que mi experiencia podía ayudar a otros..., y eso hago.
¿Qué le dice a un paciente por cáncer?
Siéntete libre en tu mente. Haz lo que sueñes, haz lo que quieras. ¿¡Qué importa una enfermedad si tú estás bien!? Las mujeres suelen ser más fuertes que los hombres...
¿Y qué les diría a los familiares?
Me ha beneficiado no tener familia, que solloza a tu lado haciéndote sentir que vas a palmarla... ¡La conmiseración no ayuda nada!
¿Y en quién se apoya?
En mi cabeza, mi corazón y mis perros. Les doy cariño y me lo devuelven multiplicado.
¿Y no le convendría una mujer al lado?
Me diría adónde tenemos que ir. ¡No, no! Decido yo solo. Añoro algún amor, Susan..., pero ¡no pudo ser! Prefiero viajar solo.
¿Qué lugar le ha gustado menos?
Italia: bella naturaleza, pero estropeada por los italianos, descuidados, poco pulcros, con las calles sucias... Si he sobrevivido a Italia, ¡puedo sobrevivir a todo! Tal como lo pienso lo digo, no me importa.
¿Y Barcelona..., qué? Glups.
Me disgustan las grandes ciudades, ¡pero Barcelona está bien!: calles amplias, rectas, buenas perspectivas, mucho cielo, y gente muy afable y cordial.
¿Ha padecido algún accidente?
Un camión me atropelló en Argentina y mató a uno de mis perros. Tras dos años en silla de ruedas, casi desahuciado... ¡conseguí volver a rodar en bicicleta!
Habrá que condecorarle a usted por su tenacidad.
Me gusta esforzarme, ¡adoro cansarme! Agotarme me hace sentirme bien.
¿Qué lugar le ha complacido más?
Siberia y Alaska, por sus amplias extensiones y su frío gélido.
¿Qué opinan hoy sus médicos?
"¡Milagro!", dicen. Yo solamente les explico que vivir es más difícil que dejarse morir. Y que yo prefiero lo difícil.
Víctor M. Amela.
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