Como civilización, estamos en pleno proceso de vivir el ‘final de la partida’. No es el final de nuestra especie o cualquier situación calamitosa similar, sino el final de una era. Muchos de quienes vivimos en los países desarrollados estamos asistiendo a la fase final de la Segunda Revolución Industrial. Sin embargo este final atañe, en conjunto, a una forma de vida, a un modelo sociopolítico que ha llegado al final de su vida útil.
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Nos estamos dirigiendo hacia una década en la que, literalmente, tendremos que reorganizar nuestro modo de pensar y de hacer negocios. Este es el ‘choque de las mitologías’, que, por otra parte, puede ser necesario si queremos catalizar un cambio real y duradero. Las nuevas sociedades, rara vez surgen con suavidad; el cambio va acompañado de algunas perturbaciones.
Ahora nos enfrentamos a la necesidad de reevaluar nuestras prioridades en la vida y la forma en que hacemos las cosas.
No es exagerado afirmar que la especie humana ha entrado en un período de cambios profundos, fundamentales y sin precedentes. Cada cambio evolutivo requiere un cambio de consciencia. El filósofo y humanista Ervin László afirma que perseguir la realización personal en armonía con la integridad de la naturaleza, es el signo de una consciencia evolucionada.
Este tipo de consciencia, refleja una mente trascendente (una mente que crea relaciones y vínculos tanto a escala local como mundial, tanto en lo físico como en lo sutil).
Una persona dotada de esa consciencia, actúa y se comporta a la vez como un individuo y como parte de un todo mayor, cuyos componentes están interconectados.
Estas múltiples relaciones dan lugar a una vida más variada, rica y compleja. También ayudan a que la persona no solo tenga confianza en lo que está por venir, sino que además, se sume activamente a las ‘oportunidades’ encaminadas a edificar un futuro más positivo y constructivo.
Lo que se está diciendo es que una consciencia trascendente y evolutiva, se desarrolla a través de quienes se implican con una actividad humana que expresa a la vez, una mayor individualización y un mayor sentido de unión y de unidad.
Una mente evolutiva también refleja el entendimiento de que la consciencia es lo principal, y por lo tanto está abierta a las ideas y los impactos del pensamiento evolutivo y espiritual.
La idea de que la consciencia es una energía o fuerza primordial en nuestra realidad, es la clave para ayudar a las personas a ampliar sus patrones de pensamiento y a identificarse con vínculos y responsabilidades que cada vez se extienden más allá de lo local; desde la propia familia y vecindario hasta el mundo y, finalmente, hasta todos los sistemas vivos.
La idea de que la consciencia es una energía o fuerza primordial en nuestra realidad, es la clave para ayudar a las personas a ampliar sus patrones de pensamiento y a identificarse con vínculos y responsabilidades que cada vez se extienden más allá de lo local; desde la propia familia y vecindario hasta el mundo y, finalmente, hasta todos los sistemas vivos.
Es nuestro pensamiento materialista el que se ha convertido en un obstáculo, y este pensamiento constituye ahora la columna vertebral de un tipo de patología social que tiene poca idea de cómo medir nuestra calidad de vida.
Hoy el PIB de un país sólo sirve para indicar la ineficiencia económica de dicho país, pero no dice nada acerca del bienestar de sus ciudadanos.
Hoy el PIB de un país sólo sirve para indicar la ineficiencia económica de dicho país, pero no dice nada acerca del bienestar de sus ciudadanos.
Nuestras relaciones sociales han sido durante mucho tiempo, el exponente de un intercambio de valores y bienes económicos más que de una empatía que nos haga felices.
Parece que hemos estado viviendo en un ‘mundo al revés’.
Athanor.
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