Vivimos el día a día cargados con pesos que no son nuestros. Tendemos a creer que nos solidarizamos con todo y con todos, creemos compartir compasión y comprensión.
¿Realmente compartimos y sentimos de esa forma? Proyectamos nuestras inquietudes y nuestras necesidades en los demás, intentamos que todos cumplan el patrón que deseamos para nosotros mismos, sin ser conscientes que cada uno sigue su camino, el camino que elige, el camino que quiere vivir y que los demás no tenemos en nuestra mano la verdad, las pautas para que los demás vivan el suyo a nuestra voluntad.
Cuando compartimos la vida con una persona a la que amamos y nos hace saber que nos ama, no hay limitaciones.
Cada uno debe enriquecerse y aportar esa riqueza a la relación, por que la tentación de amar a nuestra imagen y semejanza, la tenemos todos, pero qué esperamos aportar de nosotros mismos, qué esperamos al conceder el beneplácito a esa imagen, no nos lleva más que a centrarnos en nuestro falso crecimiento, pues si vivimos de lo que somos capaces de creer que aportarnos, entramos en un círculo vicioso abocado al egocentrismo.
La verdadera riqueza está en la variedad, en entender que los demás son distintos a nosotros y que esa diferencia es la que nos hace evolucionar.
Es más fácil y efectivo mostrar con nuestra actitud que hay otras opciones, que es doloroso salir de los esquemas heredados que nos colocan en situaciones cómodas y que requieren poco esfuerzo.
Debido a que ese proceso comienza de forma muy sutil, su inicio es de forma amorosa, siempre con recompensa después de la acción, el hecho de someternos a los caprichos de esos seres supone aceptación, timos aceptados, nos sentimos bien cediendo y un acto que comienza siendo de generosidad, se convierte en una mordaza.
La persona que ejerce ese tipo de control se da cuenta que ha conseguido su objetivo, sin pensar en la situación de quien la sufre y no tiene más que disponerse a conseguir lo siguiente y lo siguiente y en ese momento, comienza una carrera de obstáculos cada vez más fáciles de conseguir.
Psicológicamente se convierte en una situación de dependencia, quien cede se siente obligado a aceptar todo lo que se le reclama para obtener su recompensa, la recompensa es conseguir la aceptación, al que por otro lado, le vuelve a ceder otra porción más de su territorio para ejercer nuevamente su voluntad. La entrada en esta dinámica es muy sutil. La salida de ella es dura y requiere de un acopio de energía, de acudir a los principios originales de la víctima, recuperarlos y romper con la situación.
La recuperación como víctima es dura, pues requiere de una primera fase de revisión de la situación, cómo y desde cuándo se originó. El porqué es lo de menos, evidentemente, la víctima consintió, de forma consciente o no, pero consintió.
La segunda fase es verbalizar a través de una catarsis todo lo que se viene acumulando y todo lo que “sobra”.
Una tercera fase podría ser el perdón a sí mismo, perdón por haber consentido, el perdón sin cuestionamientos, perdón desde lo más íntimo de nosotros mismos, a las personas que se han visto afectadas por nuestra decisión, por nuestra actuación. Nunca podemos juzgar una situación pasada desde el presente.
Otra fase sería la necesidad de la aceptación personal que poco a poco se va a acelerar, olvidándose del sentimiento de fracaso. No hay fracaso por no ser capaz de gestionar una situación.
Y por fin, el gran paso, el NO definitivo, el valor del que después de un proceso decide cambiarlo, cambiar y afrontar todos esos cambios. Desprenderse de una dependencia es difícil pero no imposible.
Intentar ver al otro como lo que es y no como lo que se le ha permitido, eliminando todo lo que se le ha concedido y recuperando ese terreno. En ese momento se produce el comienzo, la recuperación de la esencia, la adquisición y el inicio del nuevo camino, lleno de experiencias por vivir, lleno de todo lo que no ha tenido, la recuperación de su identidad, en definitiva la toma de las riendas de una vida nueva.
Posiblemente, en todos estos procesos la carga emocional es, en algunos momentos, limitante. Desgraciadamente en el camino de este proceso, muchas veces no se encuentra apoyos, suelen ser situaciones “aparentemente idílicas” cara a los demás.
En este punto, ya sólo queda reunir la energía suficiente para comenzar una nueva vida, un nuevo planteamiento de vida a todos los niveles, económico, emocional, social y sobre todo personal y familiar.
Ana Madrid.
Ana Madrid.
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