28 de agosto de 2014

EL TEMPLO DEL CUERPO.




El cuerpo es un aliado y es un medio necesario para el crecimiento interior y la vida plena. Puede entenderse como el templo que acoge las experiencias más intensas y significativas que un ser humano puede alcanzar. 
El cuerpo posibilita todas las experiencias grandes y pequeñas de la vida
Quizá no ha gozado de buena fama y de una u otra manera, se ha dividido al ser humano entre el Alma valiosa y la carne débil. El cuerpo no se ha librado de la sospecha de que traicionaba las elevadas ambiciones del espíritu.  
Un aliado del crecimiento interior
Junto a la tendencia milenaria de separar el cuerpo de aquello más sublime del ser humano, ha existido siempre la intuición de que en realidad, están unidos o son la misma cosa. 
Es posible aproximarse al cuerpo aceptando sus profundidades y sus banalidades, sus necesidades y sus deseos, sus luces y sus sombras. 
No es el lugar que encierra el espíritu como si fuera una prisión. Se puede entender más bien, como la forma que toma el espíritu en el modo humano de la existencia. Siendo así, lo que sucede en el cuerpo, puede ser el origen de intuiciones sobre el sentido de la vida más significativas que los razonamientos filosóficos más sofisticados. 
El cuerpo y el instinto contribuyen en igualdad de condiciones con el corazón y la mente a la experiencia del Misterio.
El cuerpo es un medio creativo para la transformación espiritual que no se deja dominar por teorías intelectuales o dogmas. A través de él –y no sólo de las palabras, los pensamientos o los comportamientos– se produce la experiencia más profunda de la espiritualidad.    
Más allá de la salud
Considerar el cuerpo como un templo lleva a cuidarlo con una intención que va más allá del mantenimiento de la salud. Este objetivo tiene algo de egoísta: imponer la salud al cuerpo significa no respetar su inteligencia, que a menudo pasa por la enfermedad para recuperar por sí mismo el equilibrio. Reconocer esa sabiduría es la mejor estrategia para ayudar al cuerpo a mantenerse en estado de equilibrio o recuperarlo.
En lugar de luchar contra los trastornos se trata de favorecer el desarrollo de sus potenciales extraordinarios de vitalidad. Para ello es necesario conocer su estructura. Las sabidurías tradicionales lo describen como una combinación de por lo menos tres niveles distintos: físico, mental y espiritual. 
Existen un cuerpo físico u ordinario, un cuerpo sutil y un cuerpo causal. El cuerpo físico es el tangible, compuesto de carne, huesos, órganos, células, sangre, saliva y otras sustancias. El sutil es el cuerpo de la energía vital, llamada chi o prana. El tercer cuerpo es el causal. 
Más allá de las descripciones teóricas que se puedan hacer del cuerpo, lo cierto es que en él todo esta conectado.  Mediante la alimentación, la respiración y la práctica de determinados ejercicios se puede afinar su funcionamiento hasta convertirlo en un instrumento de conocimiento.
La dignidad del cuerpo físico
Este conocimiento debe seguramente comenzar por el cuerpo físico. Es la puerta de entrada al templo, que nos permite sentir el mundo que nos rodea, las rocas, los árboles, las personas, la música, los olores... 
Si fuéramos máquinas dotadas de sensores, los estímulos que proceden del entorno podrían reducirse a una serie de datos físicos y químicos, pero somos seres humanos que traducimos esas impresiones en emociones e ideas. Una caricia será siempre un regalo y una música alegre nos invitará a bailar. Nada de esto sería posible sin la magia del cuerpo.
Por la noche, cuando el cuerpo reposa, la energía sutil toma el relevo. En la sala oscura del templo, los sueños traducen las impresiones del día al lenguaje profundo de la mente, articulado en torno a deseos, recuerdos de experiencias pasadas e imágenes dotadas de significados personales. 
Pero llega un momento en que el sueño no deja huella. Es el silencio que caracteriza el dominio del cuerpo causal.  
Aunque en cada momento podemos estar con más intensidad en uno de los tres niveles del cuerpo, en cada instante se entrelazan inevitablemente. Sentimos el viento sobre la cara, el aroma que transporta nos trae un recuerdo y quizá por una décima de segundo nos embarga la conciencia de vivir un milagro.
Cuidado día a día 
Tratar el propio cuerpo como un templo significa cuidar todas sus dimensiones, desde las más físicas a las más elevadas, recordando que ninguna práctica se centra exclusivamente en una de ellas. 
A lo largo del día y de la semana, hay tiempo para dedicarlo de manera equilibrada, y en consonancia con las características personales, a la práctica. La combinación permite enriquecer la calidad de cada una. Por ejemplo, al correr o ir en bicicleta ya no nos centramos exclusivamente en quemar calorías o aumentar el rendimiento, sino que prestamos atención a la armonía de los gestos, a la respiración, a las sensaciones que proceden del cuerpo en cada instante o a los pensamientos y emociones que se experimentan. 
El movimiento es una necesidad básica para el cuerpo físico y satisfacerla tiene efectos positivos sobre el estado de ánimo, la claridad mental y el bienestar general. El entrenamiento de la fuerza y de la resistencia, pone en contacto con la capacidad para renacer e ir más allá de los límites. 
Estas experiencias seguramente son tan importantes para el ser humano que explican en buena parte la práctica del deporte de alta competición. Alcanzar la flexibilidad y el control del cuerpo que exhiben los yoguis expertos, exige un esfuerzo que va acompañado de conquistas interiores por las que no se reciben títulos. 
Fusión de las energías
Los practicantes de algunas disciplinas desarrollan habilidades que permiten gestionar adecuadamente los estados mentales, emocionales y energéticos. Así cultivan la serenidad y favorecen el crecimiento psicológico o espiritual. 
Todas las grandes tradiciones espirituales aseguran que existe una resonancia entre el cuerpo y el cosmos. En su funcionamiento se expresa toda la sabiduría y la capacidad creativa de la naturaleza. La mente puede ansiar el conocimiento de las leyes físicas y químicas, pero el cuerpo ya es el resultado más perfecto de su aplicación. De alguna manera el objetivo de la mente debiera ser conectar con lo que el cuerpo ya sabe. 
La experiencia del propio cuerpo como un ente sagrado  es un primer paso para considerar la naturaleza entera como su origen y su casa. Así alcanzamos un doble asimiento, en nuestro cuerpo y en la Tierra, que cura la extraña sensación de no formar parte de este mundo. Porque en el cuerpo y en la Tierra, es donde se nos hace accesible el Misterio. 
Cuando el cuerpo se deja traspasar por las energías físicas y sutiles, sin bloquearlas, puede manifestar su propio ritmo, sus gestos, posturas y actitudes naturales.


El trabajo sobre la respiración en actitud meditativa y de forma consciente es seguramente el medio más eficaz para integrar todos los cuerpos.
Fragmentos de la publicación de Manu Corral.

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