Un día el maestro le respondió: “Mira, es así: cuando el pensamiento pasado ha cesado y el futuro todavía no ha llegado, ¿verdad que hay un intervalo?”
“Sí” contestó el discípulo.
”Pues prolonga ese intervalo: eso es meditar.”
El diálogo interior.
En el proceso meditativo lo más evidente es la velocidad a la que van nuestros pensamientos, su naturaleza cambiante y la cantidad de los mismos.
Los observaremos con detenimiento, pacientemente sin más, sin juzgarlos, ni esforzarnos por entenderlos, cambiarlos o controlarlos.
Simplemente mirando adónde van y de dónde vienen.
Somos observadores.
Los pensamientos consumen energía en el proceso de su formación.
Su actividad constante, cansan la mente.
A través de la práctica regular, advertimos que no somos sólo nuestros pensamientos, sino que existe un estado de conciencia independiente de ellos.
La visualización.
De la misma manera que el mar tiene olas y el sol rayos, la mente irradia pensamientos y emociones.
Las olas del mar no alteran al mar especialmente. Son su naturaleza misma.
Se levantan, van al mar y vienen del mar.
Así sucede con los pensamientos y las emociones, se manifiestan y se disuelven en la mente.
Si no reaccionamos, volverán a asentarse.
Un paso más en el camino de la meditación, es utilizar la visualización, siguiendo la respiración.
Al inspirar, imaginamos que el centro de gravedad, situado por debajo del ombligo, se llena de luz, al espirar, que esa luz se estabiliza.
A partir de ahí podemos extender la luz y compartirla con la habitación donde meditamos, nuestra casa, el barrio, la ciudad, el país y el mundo.
En caso de atascarnos en un pensamiento, percibiremos, si la mente nos lleva a otro espacio, cómo es ese lugar, en qué circunstancias aparece, el color, el paisaje, los objetos que lo componen, su distribución... Y, si aparecen personas, observaremos quiénes son, si conversan, qué nos dicen o qué les decimos y luego nos despedimos de esos pensamientos.
La práctica crea al maestro.
Lo importante es si la práctica nos va conduciendo a un estado de plena conciencia y de presencia en el cual estamos abiertos y somos capaces de conectar con la esencia de nuestro corazón.
Pero todo necesita un proceso de aprendizaje y son convenientes algunas sugerencias para meditar:
- Medite cada día.
- Busque un lugar tranquilo y, a ser posible, sólo para meditar.
- Comience con dos sesiones de cinco minutos, hasta llegar a los veinte minutos.
- Busque dentro de su programa diario el momento adecuado.
- Si aparecen sensaciones físicas desagradables, obsérvelas, úselas como objetos de meditación: Permiten tener la mente ocupada en el momento y el lugar donde estamos. A veces desaparecen sin movernos o cambian de lugar.
- Recuerde que un cuerpo en calma contribuye a calmar la mente, y el silencio que preservamos, nos preserva también.
De vuelta a la cotidianeidad.
La meditación da perspectiva para observar y observarnos en la vida cotidiana.
Nos va modificando. Su verdadero milagro es más corriente y útil que obtener resultados extraordinarios, como visiones, luces o algo sobrenatural.
Consiste en una transformación sutil, que no tiene lugar sólo en la mente y las emociones, sino también en el cuerpo. Produce cambios físicos positivos en el cerebro, tanto en su forma como en su función.
Que las llamemos Dios, alma, el niño interior, las ondas zeta, o el silencio carece de importancia. Están ahí, a diario, y todos podemos beneficiarnos de ellas a pesar de nuestras creencias. Nos transforman cuando menos lo esperamos y nos conectan.
Un maestro tibetano dijo. “Al acabar y volver a la vida cotidiana deje que la sabiduría, la paciencia, el desapego, la compasión, la fluidez, el humor y la luz que le aportó la meditación impregne su quehacer.”
Gerard Arlandes
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