Después de muchos años comprometidos con nuestro proceso de crecimiento personal nos damos cuenta de que ciertamente hemos cambiado, nos vamos “depurando”, aunque también nos sorprende e impacienta ver cuánto nos cuesta terminar de integrar todo lo que sabemos y hemos oído en infinidad de ocasiones.
¿Cómo es que repetimos una y otra vez y avanzamos tan lentamente en nuestro camino hacia el despertar?
¿Cómo es que después de años de meditación, Yoga y talleres de todo tipo sigamos en muchas ocasiones dormidos, hipnotizados con la misma cháchara mental, enredados en los mismos dramas y conflictos que sólo nos generan sufrimiento?
¿Cómo es que repetimos una y otra vez y avanzamos tan lentamente en nuestro camino hacia el despertar?
¿Cómo es que después de años de meditación, Yoga y talleres de todo tipo sigamos en muchas ocasiones dormidos, hipnotizados con la misma cháchara mental, enredados en los mismos dramas y conflictos que sólo nos generan sufrimiento?
Me refiero a nuestro ego o personalidad, a la estructura mental de control y estrategia de supervivencia, ese sistema de defensas que nos proporciona seguridad pero que a la vez limita y condiciona nuestras experiencias en gran medida.
En efecto, una vez que empezamos a no identificarnos con nuestra personalidad tomamos conciencia de esas limitaciones, a ver lo repetitivo que es nuestro repertorio de emociones, pensamientos, actitudes, formas de relacionarnos y posicionarnos.
En efecto, una vez que empezamos a no identificarnos con nuestra personalidad tomamos conciencia de esas limitaciones, a ver lo repetitivo que es nuestro repertorio de emociones, pensamientos, actitudes, formas de relacionarnos y posicionarnos.
Por más comprometidos que estemos con nuestro proceso y nuestra práctica espiritual hay muchos momentos en los que nos “pillamos” en ensoñaciones, contándonos los mismos diálogos y películas de siempre, instalados en nuestras fijaciones o estados emocionales favoritos (miedo, comparación, indolencia, avidez, rigidez, superficialidad…), jugando el mismo juego con el mismo disfraz y la misma máscara que pareciera se nos ha quedado adheridos a la piel.
Cuando comenzamos a ver con claridad, conocemos y reconocemos esos rasgos característicos de nuestra personalidad que se repiten una y otra vez, algunos son los pilares y vigas maestras, otros los ladrillos y el cemento que conforman el armazón de nuestra coraza… al darnos cuenta una y otra vez sin juzgarnos, con paciencia y perseverancia, entonces esa estructura empieza a perder solidez y se va haciendo más liviana.
Cuando ponemos en práctica el silencio interior y nos instalamos en el aquí y ahora actuamos con frescura y libertad, desde un espacio nuevo, de una forma nueva.
Afortunadamente, tenemos muchas experiencias que nos recuerdan que podemos vivir desde ese lugar esencial, profundo e íntimo.
Y para ello, como decía un maestro zen solo hay un camino: “Atención. Atención. Atención.”
Afortunadamente, tenemos muchas experiencias que nos recuerdan que podemos vivir desde ese lugar esencial, profundo e íntimo.
Y para ello, como decía un maestro zen solo hay un camino: “Atención. Atención. Atención.”
Cambiar el chip, la programación, cambiar la perspectiva.
Es necesario ver, soltar y abandonar el mundo ilusorio de los mecanismos del ego, vaciarnos de conceptos, juicios, prejuicios, expectativas, esperanzas, deseos y temores.
Vivir cada momento despiertos, presentes y conscientes.
Y así la coraza de la personalidad se va haciendo más y más transparente, se va disolviendo y se vuelve sutil.
Aparece un corazón abierto, luminoso, sereno, amoroso y compasivo como una gema hermosamente tallada, transparente, traslúcida.
Lo cierto es que muchos sabemos que no hemos de identificarnos con la mente, seguimos enganchados a los pensamientos, nos dejamos llevar por ellos.
No ponemos en práctica lo aprendido, seguimos posicionados en la teoría.
Nos cuesta estar presentes en cada sagrado instante de nuestras vidas.
Ahora bien, no olvidemos que exigirnos y buscar la perfección son otras facetas del ego, y somos seres humanos.
Pero siempre es buen momento para desprendernos de viejos andamios, estructuras y rejas para que nuestra mente se vaya transformando en un iluminado y ligero hogar.
La sabiduría está en el equilibrio, ni pasarnos ni quedarnos cortos, ni apegarnos ni rechazar, aceptando humildemente lo que es.
Permanecer serenos, felices, agradecidos y conectados a nuestro corazón, conscientes de cada paso del viaje, fluyendo en el aqui y ahora.
¿Sientes ahora la levedad del Ser?
Fragmentos del artículo de A. Belart.
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