4 de marzo de 2015

LA GENTE GUAPA COME FRUTA FEA.

Cada día la sociedad se moviliza más y se organiza mejor.

El suelo del palacio Ateneo de Lisboa, está ocupado por lechugas, calabazas y frutas. 
Una impresionante lámpara de cristales ilumina el salón. Esta frutería no es una cualquiera.
El viejo palacio es el lugar escogido para vender frutas y verduras que iban destinadas a la basura. 
Hace poco más de un año se creó una cooperativa de consumo que compra a los agricultores sus productos que, por tamaño o estética, no entran en lo establecido por la ley y le llamaron "Frutafeia" (Frutafea) y su eslogan es: La gente guapa come fruta fea.

“Un tío mío me contó que el 40% de la cosecha de sus peras, ni las recogía”. “Se tiran porque simplemente, no alcanzan el diámetro legal o por su aspecto. Los supermercados dejan de comprar porque ven que el consumidor, siempre escoge la fruta y la verdura por su apariencia”.
Casi la mitad de la producción agrícola va a la basura.
El desperdicio alimentario de los países industrializados asciende a 1.300 millones de toneladas al año, suficiente para alimentar a toda la población mundial.
Esta cooperativa ha salvado de la basura 71 toneladas de frutas y verduras en un año de actividad. “Desde el primer día quedamos desbordados. Pensábamos contar con 40 socios y se apuntó un centenar. Ahora son 480 y en lista de espera hay 2.000 más”.
Joana, de 65 años, es una de las primeras socias de Frutafeia. “Llevo un año y estoy encantada; el producto es fresco y a buen precio”. Cada semana se lleva ocho kilos, por siete euros. “Vengo desde lejos en metro, pero me compensa”. “Los productos son siempre de temporada, se producen en la proximidad y han sido desechados del mercado por cuestiones estéticas”.
 “Todo lo hemos recogido del campo esta mañana; lo traemos hasta el punto de entrega, que nos ceden gratuitamente”.
 “No hay un perfil dominante. Pensaba que se apuntarían jóvenes y alternativos, pero no es así. Está totalmente mezclado, por clases sociales, por géneros y edades, sin que destaque ninguno”
Tristram Stuart, practica desde su adolescencia el freeganismo: “Cuando acabé el instituto comprendí que podía vivir de la comida que tiraban los supermercados”, escribe en el prólogo de Despilfarro, el escándalo global de la comida.
Los agricultores que les venden su cosecha han aumentado de cuatro a casi cuarenta en este tiempo. “Están encantados. Vamos a recogerles la cosecha, les pagamos en el acto y cada vez les pedimos más. A eso se añade un factor moral: el agricultor ve que no va a la basura el fruto de su trabajo, que no deja de ser algo frustrante”.
A su manera han salvado de la extinción a 62 tipos de manzanas que crecen en la región y cuyas semillas guardan. Nacidas en su entorno natural, la herencia genética las hace más resistentes a enfermedades y plagas que la manzana industrial, pero, por su tamaño, no llegan al mercado. “Estas manzanas se recogen en otoño y aguantan en el cesto hasta la primavera. Sin necesidad de frigorífico”.
Javier Martín.


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