El señor menudo, delgado y frágil que abre la puerta de un céntrico piso de Madrid, ha vencido a la muerte, conocido el amor y comprendido el sentido de la vida. En 2011 estuvo 23 días en la UCI con escaso margen para la supervivencia tras contraer la bacteria de la listeria en Sri Lanka.
Con algunas de las cuatro mujeres con las que ha compartido vida cree haberse acercado a eso que llama "almor" o amor del alma.
Y en los más de 50 años que lleva camino del autoconocimiento dice haber llegado a «instantes de hiriente lucidez».
Ramiro Calle pasa por ser el introductor del yoga en España y asegura que unas 500.000 personas se han iniciado desde que, en 1971, abriera en Madrid el centro Shadak. Autor de 250 libros.
Aún practica y enseña yoga, cualquiera lo puede comprobar. Y mira el mundo con cuanta serenidad y desapego puede.
Según un informe de la Comisión Europea, uno de cada cuatro euros de las contrataciones públicas se queda en manos de los corruptos. Tres de cada cuatro europeos creen que la corrupción está generalizada. ¿La meditación y el yoga nos salvarán de esto?
Lo llevo diciendo 50 años: la corrupción es inevitable si no cambia la mente del ser humano. La gente cree que solo haciendo reformas externas va cambiar el mundo. No; si el reformador no cambia y reforma su mente, ¿qué reforma va a hacer? Si los políticos que nos dirigen son ciegos conduciendo a otros ciegos, al final, todos al barranco.
¿Y lo son, lo somos? ¿Ciegos conducidos por otros ciegos?
Sí. Los poderosos explotan nuestro instinto del borreguismo, nos manipulan. Si no hay reacción es porque la gente no sabe cómo reaccionar: ciegos ante otros ciegos más poderosos. Lo dijo Krishnamurti: «Los políticos no son gente de fiar».
Pero no es un problema solo de políticos. ¿O sí?
No, entre las insanías y discapacidades de esta sociedad, está esa perseverante reafirmación del ego. Todo es envanecerse. La ostentación ha llegado a tales grados de exceso en ciertas capas sociales que es una continua afrenta, un juego de insultantes oropeles. Pero esta sociedad enferma no nace gratuitamente. Nace de unos políticos enfermos y unos subordinados también enfermos.
¿Más que cuando usted abrió su centro de yoga, en 1971?
Estamos más enfermos de codicia, de envanecimiento, de esa necesidad compulsiva de alardear y apuntalar nuestra imagen, sí.
La pregunta, así formulada es sencilla, incluso cándida, pero, ¿por qué si podemos ser buenos somos malos?
Por inseguridad, por miedo, porque no estamos interiormente completos. Hay un impulso sagrado en nosotros hacia la dicha, pero tenemos que abrirle camino. El sentido de lo cósmico se ha perdido, esta sociedad es una fábrica de narcisistas.
A usted, como instructor de yoga, habrá acudido mucha gente con ese pecado del narcisismo.
He dado clase a más de 500.000 personas y he tenido sesiones privadas con gente en este mismo sofá en que usted está sentado. Grandes magnates. Y alguno me ha dicho: «Ramiro, conozco gente superrica y la mayoría son unos desgraciados». Son triunfadores fracasados. Han triunfado en sus metas externas, pero están vacíos de sí mismos.
¿Cómo descubrió usted el yoga?
Tenía 15 años y escuché que era «un método para el dominio de la mente». Desde la infancia a mí no me gustaba la vida, no quería vivir. Mi mente era un desorden fabuloso, así que empecé a buscar libros, a trabajar intensamente en el descubrimiento del yoga… Y hubo la gran fortuna de que se radicó en Madrid un maestro venido de la India. Mi madre iba a sus clases y un día me llevó.
¿Es ese maestro que menciona en «Viaje al fondo de mí mismo» a quien nunca vio hacer una postura?
Exacto.
¿Abundan ese tipo de personas?
Los hay, y hay que desenmascararlos. De unos años a esta parte el yoga es un gran negocio. Salen profesores como tornillos de una fábrica, sin preparación, porque les engañan. Y hay tantos que se les explota. Algunos están dando clases por siete, por ocho, por 10 euros la hora. Yo pago a mi señora de la limpieza 18 euros a la hora y a un profesor de yoga se le están pagando siete…
¿El yoga se ha desnaturalizado?
Sí. Muchas veces se ha convertido en puro fitness en los gimnasios: el yoga bikram, a 40 grados…, cualquier persona con sentido común sabe que hacer yoga a 40 grados es como ponerse a correr a las tres de la tarde en Sevilla… El yoga unido a pesas; el yoga unido a artes marciales… El occidental es tan promiscuo en todo, necesita tanto el consumismo, incluso espiritualmente, que ha surgido el supermercado espiritual: hoy hago este yoga, mañana este otro, luego este tai chi…
¿Vivimos, entonces, tiempos de consumismo espiritual?
Sí, ha surgido un supermercado espiritual extraordinario que ha dado a lugar a los peores mercaderes, los mercaderes del espíritu. Uno sabe cómo es un banquero, un hombre de negocios, un tiburón de la Bolsa. Pero estos mercaderes del espíritu, estos falsarios, son terribles. Hay que desenmascarar este juego de la formación de profesores que luego no van a tener seguridad social, ni nómina, ni un sueldo decente. Y ahora quieren federar el yoga, que se regule y que sólo puedan ser maestros quienes ellos digan, que es algo vergonzoso. Es como si a Buda, a Jesús, a Ramakrishna, a san Francisco de Asís les dijeran: «No, ustedes no valen nada, porque no tienen título…».
Sé que me va a decir que no aunque me engañe, pero, ¿es su caso? ¿Superaría su centro una inspección de Hacienda o de Trabajo?
Es que las ha superado. Ahora mismo tengo una secretaria y tres profesoras, todo legalizado. Le puedo decir hasta lo que les pago: se está pagando, a veces, siete euros y yo les pago 37 euros la hora.De los llamados líderes espirituales mundiales ni hablamos…Eso ya es el gran negocio. Ayer me comentaba un amigo que va a hacer un congreso combinando música y espiritualidad en unas carpas y que lo quiere hacer muy económico: a cinco euros la entrada. Entonces cogió y llamó a Deepak Chopra [un conocidísimo gurú estadounidense]. A su secretaria, claro, él no se pone. Preguntó si podría venir a dar una conferencia. Le pidieron 350.000 euros. Por una conferencia. Y cuando este amigo dijo que lo querían hacer barato, para todo el mundo, le contestaron: «Bueno, es que cuando él da una conferencia se pueden cobrar 1.500 euros por entrada, porque la gente los paga». Hay un lado siniestro en esta seudoespiritualidad. De eso se han aprovechado muchos gurús indios. Han visto que en occidente pagamos cerrando los ojos, sin discernir, como mentecatos, y han venido a hacer su agosto.
¿Cuánto dinero ha ganado usted con el yoga?
Nunca oculto que soy una persona acaudalada y que eso me permite, además, compartir con los demás. Siempre lo digo: después del éxtasis, la colada. Con la mente en el cielo, pero con los pies en la tierra. Nunca busqué dinero, pero el dinero me vino. En primer lugar por las herencias de mi padre [próspero agente inmobiliario fundador de Exclusivas Ramiro] y de mi tío [el escritor Frank Yerbi, autor de best sellers como Mientras la ciudad dormía]. Y luego, tengo 250 libros publicados, el centro de yoga, las clases particulares… Pero nunca busqué el dinero. De hecho, mi padre le dijo a mi hermano: «Miguel Ángel, tenemos que mentalizarnos en la familia de que siempre tendremos que mantener a tu hermano».
Ha mencionado a san Francisco de Asís. ¿Qué opinión le merece el Papa Francisco?
A toda persona que esté en el intento de desmontar el boato de la Iglesia, hay que darle la bienvenida y un voto de confianza.
Comentaba antes que fue con su madre a su primera clase de yoga y suele decir de ella que fue muy importante en su vida. ¿Cómo era?
Mi madre era un personaje único: escritora, poetisa espiritualista… Me tuvo con 17 años y era como mi amiga íntima, mi maestra. desde el principio me dio a leer Los ojos del hermano eterno, de Stefan Zweig, Siddhartha, de Herman Hesse, La vuelta al mundo de un novelista, de Blasco Ibáñez… Ella me empezó a hablar de la India.
¿De dónde le venía esa vocación? En la España de entonces debía de ser una entre un millón…
Era así, simplemente, una librepensadora…
Era hija biológica de un poeta bohemio muy famoso en quien Joaquín Sabina dice siempre haberse inspirado, Emilio Carrere, pero no le venía de ahí. Era una niña muy inquieta. Siempre fue una librepensadora y nos supo transmitir a sus tres hijos su afán por los libros.
Su padre, en cambio, ha dicho alguna vez, aprendió a leer de adulto.
Sí, fíjese qué curioso. Ella, una niña con una formación intelectual enorme y él, hijo de una familia de campesinos superpobres que se fueron del pueblo a Francia a vendimiar, porque eran superpobres.¿De qué pueblo?De Gumiel de Izán, en Burgos. Al volver de Francia los del pueblo empezaron a decir que eran los afrancesados, los de izquierdas, y al comienzo de la Guerra Civil a mi abuelo y a mi tío los fusilaron. Mi padre logró salvarse porque cogió un tren de mercancías a la desesperada y se vino a Madrid sin nada, sin saber escribir. Aprendió con un diccionario y sobrevivió vendiendo por Madrid latas de conservas y chorizos. Luego llegó a montar un pequeño imperio, creó los APIS, los colegios de agentes de la propiedad inmobiliaria. Se dedicó a los negocios toda su vida.
En «Viaje al fondo de mí mismo» dice que los colegios a los que usted acudió de niño eran «campos de concentración».
Totalmente. Yo no encajaba en los parámetros estudiantiles de la época.
¿Lo siguen siendo?
La educación es nefasta, la asignatura pendiente, entre otras muchas, del ser humano. El niño recibe toda clase de mensajes contradictorios. Por un lado se le dice: «Sé bueno», pero por otro se le invita a competir atrozmente con sus compañeros.
¿Cómo debería ser un colegio?
Un colegio debería ser humano. Pero también debería ser humano el trato a los profesores. No sabe la de profesores que vienen al centro de yoga con depresiones profundas. Es terrible. Hoy los niños reciben la educación más perversa que puede haber. Los de clases acomodadas son insoportables, caprichosos, antojadizos. Pero volvemos a lo mismo: si los que hacen las leyes educativas son ellos mismos un desbarajuste interior, ¿qué va a salir de ahí? Si los padres son unos neuróticos, ¿cómo no lo van a ser los hijos?
Preparando la entrevista he leído un artículo muy duro que publicó cuando se supo que el Rey había estado cazando en Botsuana…
Sí. Es que, como decía en ese artículo, los elefantes también lloran. Matar a criaturas inocentes por diversión es atroz, lo haga un monarca o un mendigo.
Más allá del lance de la caza, ¿diría que el Rey es una persona en equilibrio interior, en paz consigo, con un cierto grado de felicidad?
No, yo no creo que el rey sea en absoluto feliz. Ser socarrón, dicharachero, dar esa imagen no quiere decir, en absoluto que sea feliz. Ni el rey ni la reina, a la que sí he conocido y me pareció una mujer con una gran sensibilidad y un gran amor a los animales. Qué curioso que su marido vaya a masacrarlos… Pero, bueno, en los matrimonios cada uno tiene sus diferencias, lógicamente.
Los matrimonios… Una institución, le cito, «aberrante y antiamorosa»…
Hay que ser muy prudente para no herir sensibilidades, pero el matrimonio a menudo se vuelve matricomio. Nos vemos obligados a pasar por un contrato matrimonial solo por conveniencia, pero en cuanto escarbamos un poco, el 90% de los matrimonios se asienta en vínculos afectivos insanos, no nos engañemos.
Y sin embargo, usted ha «caído» dos veces, la última el pasado mes de junio…
Sí, así es. Sabiendo que es una situación aberrante, la asumí libremente. Después de haber pasado por una grandísima enfermedad, y con 70 años, 24 más que Luisa, pensé que era lo mejor para no complicarle las cosas si me pasaba algo.
¿Alguna vez ha alcanzado instantes de consciencia plena?
He llegado a instantes de hiriente lucidez.
Desde esa lucidez, ¿tiene respuesta a la gran pregunta: qué hacemos aquí?
Un maestro mío, Ramesh Balsekar, decía: «Qué egocéntrico el tornillo de un portaaviones que quiera comprender al portaaviones, qué egocéntrica la célula que quiera comprender al cuerpo». Son el egocentrismo y el antropocentrismo occidentales. No somos nada en realidad. Y lo importante no es comprender para qué estamos, sino comprender que, ya que estamos en el camino, lo mejor es recorrerlo con algo de amor, compasión y generosidad.
SERGIO ENRÍQUEZ-NISTAL.
Semillas Solares enhorabuena por este artículo; yo soy de las que prefiero poco, pero profundo y honesto, como el presente, donde la sencillez y la empatía van de la mano. Ramiro Calle nos enseña a amarnos desde el respeto a nosotros mismos, camino inevitable a recorrer si queremos sentirnos cerca de los demás. Gracias.
ResponderEliminarAbrazos
Gracias a ti por el comentario.
ResponderEliminarSincero, profundo e inspirador.
Abrazos