26 de febrero de 2014

TRANSFORMAR LA IRA Y LA AGRESIVIDAD.


Podemos contener la cólera o dejarla salir, en ambos casos es desastroso para uno mismo y para los demás
Hay otra opción, sin embargo: esperar, practicar la paciencia y dedicarse a sentir de verdad qué es la cólera. 
Pema Chödrön, nos lleva paso a paso a través de esta poderosa práctica.
Las enseñanzas budistas nos dicen que la paciencia es el antídoto contra la agresividad. Cuando sentimos cualquiera de sus formas -odio, rencor, crítica, ganas de pelea, etc.- es el momento de aplicar todas las prácticas que hemos aprendido y los consejos que hemos recibido o incluso dado a los demás. 
Sin embargo, a menudo, todo ello no parece servir de ayuda. Y esta es la razón por la que el tema de la paciencia ha atraído mi atención desde hace ya tiempo: porque no es nada fácil saber cómo actuar cuando la cólera se apodera de nosotros.
Cuando nos domina la agresividad –y en cierta medida esto se puede aplicar a cualquier estado emocional alterado- hay una poderosa fuerza que nos empuja a la descarga. Es tan doloroso sentir el aguijón de la cólera que deseamos resolver la situación cuanto antes mejor.
¿Y qué es lo que solemos hacer? Justo lo que aumenta la escalada de la cólera y el dolor: repartir tortas y devolver los golpes. 
Uno se encuentra a sí mismo en medio de un torbellino de sentimientos. Y se debate con sus palabras o sus acciones para escapar de la agresión y el dolor, creando más agresión y dolor.
En este punto ‘paciencia’ significa saber pararse y esperar. E implica también callarse, ya que cualquier cosa que se diga será agresiva, aunque sea “te amo, cariño”.
Estar atento a ese instante y esperar: no hablar y no hacer nada. Por otra parte esta conducta es también una oportunidad para darse cuenta de manera rotunda del enfado que uno tiene. No se trata de suprimir nada, no va por ahí. 
De hecho el tema es comportarse con uno mismo de manera honesta y amable. No dedicarse a rumiar los pensamientos y sí querer comprender el enfado que uno tiene. 
Es un momento complejo, porque uno se siente mal por estar enfadado, pero al mismo tiempo no puede detenerlo. Es un sentimiento confuso y difícil. Pero hay que permanecer paciente con la confusión y el sufrimiento. 
La paciencia posee una enorme honestidad, al tiempo que impide que las cosas se salgan de sus cauces, y concede espacio a los otros para hablar, para que se expresen ellos, mientras uno permanece sin reaccionar, aunque por dentro lo esté haciendo. Abandonamos las palabras y no nos movemos del sitio.
Cuando se practica la paciencia no se reprime la cólera, sino que uno se sienta directamente sobre ella. Y como resultado se consigue conocer la energía de la cólera y adónde conduce, sin necesidad de llegar a sus extremos. Hemos dado vía libre muchas veces a nuestra cólera y sabemos hasta dónde nos puede llevar.
El deseo de decir algo mezquino, de murmurar, de calumniar, de quejarse, es como un maremoto. Pero estos comportamientos no le liberan de la agresividad, sino que la aumentan. 
Descubrir que la alegría y la felicidad, la paz, la armonía y el estar centrado provienen de ser capaces de permanecer estable mientras el malestar surge, se despliega y se desvanece
El modo de conectar con la dulzura inherente de nuestro verdadero corazón es no moverse y ser pacientes con este tipo de energía. No debemos censurarnos a nosotros mismos, lo único que debe importarnos es tener suficiente coraje para profundizar en nuestra reacción instintiva de buscar tierra firme bajo los pies.
La paciencia es una práctica tremendamente maravillosa, compasiva y transformadora. Es una técnica para cambiar de raíz la costumbre que tenemos de resolver las cosas juzgándolas como buenas o malas.
Podemos elegir entre soltar el dolor y conectar con nuestra dulzura o continuar aferrados a él y seguir sufriendo.
Se necesita un montón de paciencia para no comenzar a aporrearse a sí mismo por cada fracaso con el soltar. 
Ser paciente con la incapacidad para soltar ayuda a alcanzar el punto en que el desapego comienza a producirse de manera gradual –a un ritmo sensato y amoroso, al ritmo en que nuestra sabiduría básica nos permite movernos-.
Ya es un gran logro el simple hecho de haberse dado cuenta de que podemos elegir. Y en ese punto lo único que necesitamos es paciencia para esperar y aflojar.
Es un error pensar que la paciencia es como ‘aguantar’ o traducirla por “al mal tiempo buena cara”. Porque ‘aguantar’ implica un cierto grado de represión o el intento de vivir de acuerdo a alguna norma de perfección ajena. 
La ‘paciencia’ en este sentido es sinónimo de bondad, porque la bondad es capaz de actuar a ritmo muy lento. Estamos, pues, desarrollando paciencia y bondad con nuestras imperfecciones y limitaciones, para poder mantener nuestros ideales más elevados. Alguien pronunció una vez una frase que me gustó: “Rebaja tus expectativas y ajústate a ellas”.
Uno de los aforismos del maestro budista hindú Atisha dice:
Una de las cosas que se puede hacer para desarrollar la paciencia es acostumbrarse a reconocer que “¡Oh, volví a hacerlo!”. Significa que cuando nos levantamos por la mañana formulamos un propósito, y al final del día, con una actitud amable y cariñosa, revisamos si lo hemos llevado a cabo. Normalmente formulamos algún propósito del tipo: “Hoy voy a ser paciente” (y en el momento de decirlo ya estamos imaginando que vamos a fallar).
Como sucede con el resto de las enseñanzas, no hay nada que ganar ni nada que perder. La actitud correcta no es decir: “Como nunca he sido capaz, no voy a volver a intentarlo”.
Te buscas a ti mismo y te vas encontrando donde quiera que vas. Y ves a toda esa gente que se ha perdido, como te pasa a ti. Pero a continuación ves a todos los que se han encontrado a sí mismos y te ofrecen el regalo de la intrepidez.
Y dices: “¡Oh, qué gente más estupenda: son ellos mismos!”. Y comienzas a apreciar el más leve gesto de valor en los demás, pues ahora sabes que no es fácil, y esto te inspira a ti también de forma intensa. Así es como nos ayudamos unos a otros.
Fragmentos de Dharma.

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