Se hizo voluntaria de una fundación de ayuda oncológica para documentarse.
Con anterioridad a mi voluntariado, la muerte la sentía como algo lejano y desconocido. No la había vivido de manera cercana y necesitaba saber cómo se sienten tanto las personas que se están muriendo como sus familiares.
Por eso me hice voluntaria. Para acompañar a personas en estado terminal.
¿Por qué ese interés en indagar sobre la muerte?
A raíz de una experiencia personal atravesé una profunda crisis. A menudo pensaba que la vida ya no tenía ningún sentido. Sentía un vacío difícil de rellenar.
¿Cuál es el símil con la muerte?
Para las personas que atraviesan una fuerte crisis, la muerte suele ser un tema recurrente. Pero, de repente me di cuenta de que en estas situaciones límite, hay que recurrir a algo que te devuelva a la vida, un motivo al que puedas agarrarte. En mi caso, fueron mis hijos. El neurólogo y psiquiatra Viktor Frankl explicaba que sus pacientes le decían constantemente que se querían suicidar. ¿Y por qué no lo haces? les preguntaba él. No lo hacían porque amaban a alguien o algo. Siempre hay un motivo para vivir, aunque sea la naturaleza, el sol que sale por las mañanas, por el que vale la pena seguir viviendo.
¿Qué aprendió de los enfermos terminales?
Aprendí que hay dos maneras de afrontar la muerte. Hay personas que lo hacen de forma muy madura, están en paz consigo mismas y con el mundo, porque entienden que forma parte de la vida, que es una continuación de la misma. No les da miedo y se despiden de su gente. No son personas necesariamente religiosas, pero sí tiene una madurez espiritual.
Hay que aceptar los reveses que te da la vida.
En realidad la mayoría de personas con las que traté veían la muerte como un proceso. Me di cuenta de que anteriormente habían vivido alguna crisis importante y las habían superado experimentando una especie de renacimiento. Así, desde la propia vida, habían valorado las pequeñas cosas. Cuando dejas de resistirte y aceptas lo que la vida te ofrece, en esos momentos todo tu universo cambia y naces de nuevo.
¿Qué ocurre con los que no la aceptan?
Se preguntan por qué les está pasando a ellos. A menudo recurren a Dios, creen que les está castigando. Pero no debe haber una causa que desencadene una crisis, igual que no hay que buscar una razón concreta que nos lleve a la muerte. Lo importante es cómo nos enfrentamos a estas experiencias. Las personas que evolucionan pasan por cambios continuos, pequeños handicaps como cambios de trabajo, rupturas de pareja, la muerte de un ser querido, una enfermedad. Las crisis son la mejor oportunidad para crecer y madurar, sin ellas a veces seríamos incapaces de hacerlo.
Ahora se habla mucho de la resilencia.
Es cierto, tiene que ver con tu capacidad para afrontar una situación dura y sobreponerse a ella. El resultado es lo que determinará la manera en la que vuelvas a encarar la vida, con sus múltiples dificultades. Hay que aprender y ver la parte positiva, para crecer como persona y valorar las cosas desde la humildad.
También habla del amor.
El gran aprendizaje es quererse uno mismo para poder darse a los demás, porque lo que das a los demás es lo que después te llevas pero multiplicado por dos. Dar desinteresadamente tiene un retorno muy valioso.
Y las crisis, ¿se superan mejor con amor?
Siempre tienes dos alternativas, dos caminos: el miedo, que conlleva la depresión, rabia, impotencia, rencor…. Hay sentimientos y emociones negativos que se vuelcan casi espontáneamente. Es más fácil odiar, que aceptar o afrontar las dificultades. Ese es el otro camino, el de la aceptación. El del amor. Cuando amas no te resistes al cambio, empiezas a valorar las pequeñas cosas, eres más flexible, más tolerante y más humilde.
Hay pruebas muy duras de superar.
Nunca serán más duras de lo que puedas experimentar. Y una vez superadas, esas crisis serán como bendiciones. Por tanto, bendita crisis.
Judith Martínez.
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