Que el filósofo José Antonio Marina reconozca que «todos tenemos miedos» puede resultar tranquilizador.
Aunque haya un matiz que las personas, según este investigador, deberíamos tener claro. «Hay miedos que nos protegen y miedos que nos destruyen. Estos últimos son nuestros enemigos y como tal hay que declararles la guerra». Esta batalla de Marina está especialmente dirigida a los niños, porque sus miedos, asegura, «pueden llegar a entorpecer su desarrollo».
—Dice usted que hay miedos que nos protegen, y miedos que nos destruyen. ¿Por qué a veces consigue dominarnos el miedo?
—Porque es muy astuto, es muy sutil, nos engaña con mucha facilidad. Engaña porque nos presenta como solución justo aquello que hay que evitar, que es la huida. Y con muy buenas razones. Por ejemplo: una persona a la que le da miedo ir a una fiesta, en vez de decir "me da miedo la fiesta", lo que piensa es "si va a ser muy aburrida, para qué voy a ir, además no tengo que ponerme, y encima que bien, porque dan una película en la tele". Acaba no yendo, y su decisión le tranquiliza momentáneamente. Pero la soledad es un antídoto falso contra el miedo social. Falso porque en realidad lo está alimentando. Al miedo hay que tenerle verdadero odio. Hay que declararle la guerra.
— ¿Qué tenemos que ver los padres en los miedos de nuestros hijos?
—Mucho. Los padres deben intentar no transmitir sus miedos al niño, porque los miedos se copian. Otras veces los niños aprenden los miedos porque se los contamos. Les damos demasiadas advertencias del tipo: «No hagas esto que es muy peligroso», lo que hace que los pequeños vayan teniendo la idea de que viven en un mundo hostil lleno de peligros, donde lo mejor es no salir mucho al exterior. Es decir, si usted quiere un hijo miedoso y vulnerable, protejale, resuelva sus problemas, dele ejemplos de cobardía...
En las familias se aprende el modo de enfrentarse a los problemas, que es un componente muy importante de la valentía. La valentía en realidad significa: «Me molestan los problemas como todo el mundo, pero procuro enfrentarme a ellos». En cambio las conductas de evitación favorecen el miedo. Y muchos niños aprenden las conductas de evitación en sus familias.
—Por contra, ¿qué podemos hacer los padres para criar hijos valientes?
—Lo importante es que el niño no aprenda miedos exagerados o peligrosos para él. Eso se puede conseguir demostrándole que vive en un ambiente seguro, que no todo el mundo es malo, que el mundo es previsible (mediante unos ritmos estables de vida...). También no provocándole experiencias de miedo injustificado, ni asustándolo. Y por supuesto, premiando todas las conductas donde el niño demuestre algo de valentía.
—¿Cómo actuamos, en cambio, cuando detectamos un miedo en nuestro hijo?
—Lo primero es no quitarle importancia. Da igual que sea miedo o que viene lloroso porque no le han invitado al cumpleaños de su amigo. No son cosas de niños. Para el niño en ese momento es muy importante porque está ocupando toda su conciencia. Es muy conveniente que las primeras palabras que aprenda el pequeño (a los dos o tres años) sean palabras que tengan que ver con los sentimientos, tanto de tristeza como de alegría. En el momento en que puede hablar de ellos, verbalizarlos, comunicarlos... también conseguirá tranquilizarse. Hay que tener en cuenta que el niño se asusta cuando no sabe qué le pasa. Si, definitivamente debemos hablarles y conviene mucho que ellos hablen también de sus miedos. Los padres tienen que tener paciencia para escucharles cuando hablan de esto o de cualquier sentimiento que les perturba. Es importante también que sean conscientes de que cuando tienen la primera noticia de los miedos de su hijo, no es el momento de dar consejos, sino de acogerlo y confortarlo. Cuando esté calmado, podremos hablar de ello. Convendría entonces preguntarle qué solución se le ocurre a él. Los niños tienen ideas estupendas. Además, esta es la forma de enseñarle a afrontar los problemas.
—La timidez y las dificultades en las interacciones sociales de los niños aparecen en su última obra como el problema más frecuente e importante de los menores. ¿Cuáles son los procedimientos para luchar contra esto?
—Los procedimientos para luchar contra la timidez pasan por no sobreproteger al niño, porque eso favorece las conductas de evitación y las premia. También por no colaborar con su miedo, permitiéndole que viva en permanente retirada. Y por intentar corregir las explicaciones que se da acerca de su miedo. Sería conveniente ayudarle a mejorar sus habilidades sociales, favoreciendo las ocasiones de exposición al «peligro» (invitando amigos a casa, animándole a que inicie interacciones, etc). También ponerle pequeñas tareas en las que pueda triunfar y elogiar sus éxitos... Es importante combatir la timidez porque esta priva al niño de uno de los grandes antídotos del miedo, que es la amistad y una buena interacción con sus iguales.
—Usted cita el miedo a ir a la escuela de determinados niños como otro gran problema en aumento. ¿De dónde nacen y cuál debería ser aquí el papel del docente?
-De que son niños que anticipan consecuencias desfavorables: los compañeros se van a reir, les van a regañar, no van a saber contestar, voy a ser más torpe que los demás... Por alguna razón, estos chicos detectan algún elemento amenazador donde otros no lo ven. Las dificultades de aprendizaje causan muchas preocupaciones. Algunos niños llegan a hacer novillos porque les da miedo no aprender. Estos miedos se podrían achacar a una mala acción del docente. Lo más importante es que estos no caigan en esa tentación de utilizar el miedo, porque es muy fácil hacerlo. Los docentes tenemos que estar alerta porque con frecuencia los niños salen de la escuela sabiendo con certeza para qué no sirven, pero sin tener una idea clara de sus fortalezas. Y eso puede provocar un sentimiento crónico de no poder enfrentarse a los problemas. Con mucha frecuencia se utiliza el miedo como herramienta pedagógica pero la escuela tiene que ser un ámbito alegre y un ámbito de confianza. Esto no se nos debe olvidar nunca.
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