Los calendarios de cada cultura reflejan sus costumbres, creencias, hechos importantes y el culto a sus dioses.
El calendario regula la vida cotidiana y la sincroniza con el movimiento de los astros. Nos muestra hacia dónde miran sus ojos y su corazón. Quien tiene el suficiente poder para imponer su calendario al mundo impone al mismo tiempo sus creencias y su visión, e impone ‘su orden’ en el mundo.
Una cultura antigua, muy especial, es la de los mayas. De los distintos calendarios hablaremos en concreto del Tzolk’in maya. Los mayas conocían el ‘año galáctico’, período de 26.000 años en que el eje de la Tierra gira en torno a las constelaciones de los signos del zodíaco.
Este ciclo, o giro de precesión según los astrónomos, se divide en cinco subciclos de 5.200 años, que en el ser humano corresponden a 52 años de vida, cuatro ciclos de trece años. Estos períodos influyen enormemente en la humanidad, ya que en ellos se renueva la existencia y ocurren cambios que ayudan a tomar una nueva dirección. Eso es precisamente lo que me ocurrió al cumplir 52 años, explica Joan Barniol.
El calendario del Tzolk’in reúne unas características especiales. Por un lado otorga a cada día una forma energética concreta, llamada Kin, y por el otro define cómo estas energías afectan a nuestra consciencia. Es por eso que constituye una poderosa herramienta para apoyar la evolución espiritual de la persona.
El Kin se compone de un número o vibración (hay trece posibles) y de una energía específica o glifo (hay veinte), que combinadas nos dan uno de los 260 arquetipos energéticos que nos representan en el día de nuestro nacimiento.
Mi sorpresa fue comprobar que mi Kin maya, cincuenta y dos años después, coincidía exactamente con el del día de mi nacimiento. Comprobé los años anteriores y efectivamente no coincidían nunca excepto en la fecha de nacimiento. Era como si la combinación de fuerzas energéticas del universo que encarnamos en el momento de nacer se repitiese exactamente al cabo de cincuenta y dos años.
Sabía que las tradiciones indígenas consideran ancianos, por su sabiduría, a quienes llegan a esa edad, pero no sabía cuál era el motivo, y empecé a investigar buscando patrones de 52 años (18.980 días).
Mi sorpresa fue mayúscula cuando reconocí estos patrones en nuestro sol y en el sol central de las Pléyades que llamamos Alcyone, tal y como explicamos, matemáticamente, en el libro El Nuevo Sol, Brújula de tu Destino.
Hablé con amigos y conocidos que recientemente han cumplido 52 años y comprobé que en muchos de ellos se han producido cambios muy significativos en sus vidas: separaciones, cambios de trabajo, nuevos matrimonios, nuevas relaciones de pareja... Siempre cambios tremendamente vitales.
Entiendo que las energías del cosmos al cabo de cincuenta y dos años son idénticas a las de nuestro nacimiento y provocan un segundo nacimiento energético que, si sabemos aprovecharlo conscientemente, con todo lo que hemos aprendido en nuestra vida, puede ayudarnos a tomar un fuerte impulso. La siguiente ocasión sería a los 104 años; mejor no esperemos...
Athanor.
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