3 de junio de 2014

RELACIONES SANAS Y EMOCIONES.



En las psicologías orientales siempre se ha dicho que así como pensamos, así somos; pero también podríamos decir que así como nos sentimos, así nos relacionamos. 
Si una persona tiene carencias emocionales será insegura y necesitará constantemente ser reafirmada. 
Esto se manifestará en sus relaciones afectivas y, de algún modo las perturbará, mientras que si es madura y afectivamente armónica, sus lazos afectivos serán más sanos y consistentes.
Ello se debe a que en el segundo caso no necesitará afirmar constantemente su ego, se sabrá segura de sí misma, podrá prescindir de autodefensas, se mostrará como es en realidad y estará dispuesta a dar y recibir amor, pues: “No pongas muros, ni vallas, ni fosas a tu corazón; es como está más seguro”.
Cuando uno dispone de un ego maduro (no exacerbado), cuenta con una buena valoración y sabe velar por sí mismo de forma adecuada y sin egoísmo, está mucho más capacitado para iniciar vínculos afectivos sanos y desenvolverse con mayor seguridad y veracidad en toda relación de afecto. 
Fue Buda el que dijo: “Si cuidas de ti mismo, cuidas de los demás; si cuidas de los demás, cuidas de ti mismo”.
Hay un antiguo ejercicio de meditación de expansión amorosa y compasiva que consiste en impregnarse a uno mismo de amor para luego irradiarlo en todas las direcciones y hacia todas las criaturas.
No es una senda fácil, porque a menudo hay que salvar graves obstáculos: el afán de posesión, los celos, las expectativas, las impresiones y exigencias, los reproches, el anhelo de ser considerado y afirmado, la susceptibilidad y la suspicacia, la necesidad de ser centro de atención y el resentimiento. 
Todos esos escollos impiden el verdadero amor, y se dan más en la relación de pareja que en otras. 
Las relaciones sentimentales son las más proclives a que surjan conflictos, tensiones y frustraciones que resientan el vínculo afectivo, sobre todo cuando se viven desde actitudes egocéntricas o narcisistas, ya que entonces se trazan como líneas paralelas que nunca convergen. Si la persona es demasiado egocéntrica, no tiene ojos para ver las necesidades ajenas, y mucho menos deseos de poder atenderlas.
Toda relación afectiva debe ir evolucionando y ser de recíproca ayuda. El amor hay que cultivarlo como una hermosa y delicada flor y de hecho se puede aprender a amar.
El amor será tanto más genuino y consistente cuanto más se base en los siguientes requisitos:
Incondicionalidad: Aceptación consciente de la persona amada, con lúcida consciencia de que no es un “objeto” de nuestra propiedad y no hay que acapararla, sino ponerle alas de libertad. Amor por la persona tal como es, sin  necesidad de “inventarla”, evitando su instrumentalización para satisfacer las propias carencias emocionales.
Continuidad: Puesto que lo que caracteriza al verdadero amor es que prevalece.
Entrega: Anhelo de que la persona amada sea feliz, evitándole cualquier perjuicio. La consciencia de que no se puede o no se debe convertir una relación de amor en una “transacción” emocional.
Tolerancia, indulgencia y comprensión: Poner todos los medios para que la persona amada crezca interiormente y se desarrolle como ser humano, aún a riesgo de perderla.
En las relaciones sentimentales hay que aprender a discernir entre amor y enamoramiento. Cuando hay amor, aunque la caricia se desgaste, se agote la magia amorosa y el enamoramiento cese, el amor prevalece, aunque la relación de pareja tenga que convertirse en una relación distinta.
El amor no se puede imponer o exigir y no debe dar paso a presiones y reproches, de la misma forma que la relación no debe cimentarse sobre expectativas inciertas, ni sobre el admirativismo o el autoengaño.
Toda relación de afecto y sentimental debe respetar los tres espacios: el tuyo, el mío y el nuestro. 
Hay que saber aceptarse a uno mismo para aceptar a los otros; valorarse a uno mismo para valorar a los demás.  Hay que superar el miedo y saber poner límites cuando sea necesario, evitando la obediencia ciega y la abyección.
Podemos ir creando vínculos afectivos sanos y robustos para amar mejor y ser más amados, evitando dos extremos afectivos insanos: la dependencia emocional y el afán de dominio. 
Podemos mejorar en mucho nuestra relación afectiva inspirándonos en las siguientes pautas de referencia:
  • Superar la inclinación compulsiva por tener que demostrar algo.
  • Tratar de rectificar comportamientos que causan dolor en nosotros y en los demás, mediante una actitud de atención y ecuanimidad.
  • Aprender a relacionarse desde la independencia, para que la relación sea el encuentro de dos libertades internas y no el de dos necesidades neuróticas.
  • Servirse de la sinceridad con palabras amables y no de la franqueza hiriente.
  • Brindar ternura.
  • Comprender que todos tenemos nuestras propias necesidades y si amamos trataremos de descubrir y atender en la medida de lo posible las del otro, sin sacrificios inútiles.
  • Desplegar nuestras emociones más sanas: generosidad, compasión, alegría, paciencia.
  • Considerar que toda relación es dinámica y puede modificarse, pero que cualquiera sea el curso que tome, si hay verdadero amor, éste predomina.
  • Mostrarnos tal cual somos.
  • No utilizar o manipular a las personas con las que nos relacionamos.
  • Conciliar los propios intereses con los de los demás.
  • Evitar las reacciones desmesuradas.
  • Superar en la medida de lo posible los celos, el rencor, la negligencia, el mal carácter y la inestabilidad emocional.
El amor consciente es el que es iluminado por la sabiduría y el discernimiento claro. Se puede amar más y mejor, pero también es una disciplina que hay que saber seguir, para poder crear en la relación afectiva vínculos sanos que permitan que aflore lo mejor de aquellos que se relacionan.
Ramiro Calle

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