15 de agosto de 2014

LAS DEPENDENCIAS INVISIBLES.




¿Qué son esos filamentos que nos atan a una persona, a una sustancia adictiva, a un grupo o a una manera de ser? 
La adhesión enfermiza a algo o a alguien, debe ser puesta bajo la luz de la conciencia para poder aclarar sus implicaciones en nuestra vida. 
Nos apegamos al placer emocional o sensual, como el que producen ciertas drogas, y las tomamos a pesar de saber que eso va a atarnos todavía más a ellas. 
Somos adictos a los deseos y se despliega uno detrás de otro, sin descanso, como si el hecho de realizarlos disminuyera su importancia en nuestra vida. 
Pero le siguen más, nuevos deseos, y más… No importa lo que sea que persigamos, lo que importa es la sensación agradable que nos produce la aventura de perseguirlo. 
Así que según intentamos satisfacer nuestros deseos, estos se fortalecen más, y eso nos impide ser felices.
Nos apegamos al yo, a la imagen que tenemos de nosotros mismos. Intentamos poner cada suceso o situación en este mundo a nuestro servicio, siguiendo nuestros gustos que elevamos al altar de la santidad, como si fueran la única verdad posible. 
Así perseguimos lo que nos gusta y rechazamos lo que nos disgusta, agradable y desagradable, pero en este camino, entramos en conflicto y esto crea sufrimiento y dolor.
Nos atamos a nuestras posesiones, que son la expresión de lo mío del yo, y como las posesiones se pierden (no son el alma inmortal) acabamos sufriendo de nuevo, más cuanto mayor sea nuestra dependencia.
Incluso nos aferramos a las creencias. Creemos que nuestra forma de pensar es la ideal y nos enfadamos mucho cuando surgen las críticas, sosteniendo una defensa a veces irracional. Cuando lo único coherente es dejar todas las ideas de lado y mirar la realidad desnuda.
También estamos atados a ceremoniales religiosos, olvidando casi siempre el espíritu que les dio nacimiento. Practicamos los rituales externos creyendo que eso es cumplir con Dios, y luego seguimos actuando en la vida cotidiana como usureros, agresivos o comerciantes mentirosos. 
Sin la mente en paz y un corazón amoroso, de poco sirve la oración piadosa, mientras el rencor, los celos o la ambición, siguen campando a sus anchas. 
Valoramos más la letra de los libros sagrados que el espíritu interno, y predicamos y luchamos para defender principios, y no para hacer florecer el amor y la compasión en cada uno de nuestros pensamientos, palabras y actos. 
De aquí que el sufrimiento continúa y nos sentimos vacíos, sin paz en el corazón. 
Emilio Fiel.

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