5 de abril de 2011

CUANDO LOS MOVIMIENTOS EXTERNOS SACUDEN NUESTRO INTERIOR.

Han sido días de movimientos constantes en el otro extremo del mundo, pero que evidencia cuán conectados estamos los unos con los otros. Catástrofes como éstas nos llevan a soltar apegos superfluos, a evaluar lo que es verdadero, lo que es válido, y descartar lo que no lo es. Se derrumban no solo estructuras externas que hay que reconstruir, sino las internas, con las que tal vez ya no podemos seguir viviendo.
 Sentir tan cercanas este tipo de situaciones, e incluso haber vivido estas experiencias, nos lleva a compartir lo mejor de este aprendizaje. ¿Y cuál es? Es la acción más elevada, la que nos hace más humanos y que inspira a todos, es el saber que esto se puede hacer en forma solidaria, enfrentando lo que es devastador entre todos, como unidad.
 La destrucción tocó a las puertas de Haití, de Chile y ahora de Japón, y con ello experimentamos también la grandeza y la valentía que emerge en estas situaciones y cómo todo se pone en movimiento para servir. No importa qué país ni qué cultura sea, somos humanos y estas circunstancias provocan una acción inmediata desde el corazón indestructible de cada uno, extendiendo las manos, alzando al otro en su necesidad, más allá de la propia pérdida. Muchas historias ejemplares florecen en estos tiempos, héroes inspirando al mundo, la grandeza palpita fuerte y siempre nos muestra que se puede más.
 Aún así, el temor por la propia seguridad y la vida misma se han visto activados masivamente, no solo por los movimientos de la tierra y el mar, sino además por el invisible visitante radioactivo que amenaza silencioso con hacerse presente, sin saber hasta dónde llegará, y es en estas condiciones extremas donde cada persona tiene la posibilidad de elegir y ser más. El piso se nos mueve, no hay nada en el afuera donde aferrarse con seguridad, entonces vamos hacia adentro y encontramos un corazón que está amando, que está dando, en paz, en serenidad, más allá del caos.

 Estamos encontrando este ancla interno que nos da seguridad, como un bastión, como una roca donde asentarse, y desde allí actuar, sabiendo que la vida misma está vibrando y amando en uno, y descubriendo que no hay nada más que ese amor. Es extremo, pero es. Solo podemos abrazar lo que es, en cada momento, en cada uno, y expandirlo.
 Podemos permitir que la apreciación crezca, la apreciación de lo logrado más allá de las circunstancias, la apreciación de lo que sí tenemos y podemos compartir, la apreciación de lo simple, pues la vida es simple. ¡Los humanos la hacemos complicada! La apreciación de la naturaleza y su sabiduría, el ver cómo los animales fluyen con los cambios, cómo se dirigen a donde la naturaleza les indica ir, y confiar en ese saber natural que está en cada uno, que no es intelectual, que es la vibración misma del amor y la energía misma que no está separada de nada en la vida.
 Es una situación que no podemos controlar con el intelecto, pues no sabemos, no estamos preparados y no estudiamos para eso. Pues entonces, a pararse en ese lugar interno de seguridad, que puede apreciar y cambiar, fluir y confiar.
 Así descubriremos que, a pesar de las circunstancias, hay un millón de pequeñas cosas por las que podemos dar gracias, hasta que esta actitud se torna en un estado de nuestro ser. Y en ese tramado, como tejido colectivo, como telar compartido, el amor forma una manta sólida que nos abriga, nos cuida y se comparte en unidad.
 Ustedes sienten, entonces ustedes saben.

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