22 de octubre de 2015

EL CORAJE DE SER UNO MISMO

Nada tan difícil como convertirse en uno mismo. ¡Qué gran paradoja! 
Convertirse precisamente en lo que uno nunca ha dejado de ser. 
Pero ¡son tantos los viejos patrones, las pautas, los esquemas y los condicionamientos! 
Con todo esto, existe el riesgo de convertirnos en un simulacro de nosotros mismos. 


Existe una historia muy significativa. 
Una mujer cumplió ciento diez años y los periodistas fueron a entrevistarla. 
Le preguntaron si querría volver a vivir la misma vida. Espantada, contestó: "No, no, por favor, jamás. Cuando era niña viví en base a los sueños y deseos de mis padres; después me casé y viví en base a los sueños y deseos de mi marido. Después sucedió lo mismo con respecto a mis hijos, a mis nietos y a mis biznietos. 
¿Saben lo que les digo? Si volviera a nacer, sería muy diferente" 
Nos enseñan a hacer pero no a Ser, a ir hacia lo externo, pero no hacia nosotros mismos. Vivimos o malvivimos condicionados por las creencias de los demás. Nos alejamos de nuestro centro y dejamos de ser para convertirnos en un falso holograma. 
Como dice un proverbio zen, "nos ponemos de espaldas al sol y nos preguntamos dónde está". Hay mucho más que desaprender que aprender; mucho de lo que despojarse para ser uno mismo. Se requiere de un inmenso coraje
Pero con que podamos arrojar por la borda algo que no nos pertenece, ya hemos obtenido un gran logro y el camino comienza a abrirse. 
La salud emocional no está solo en hacer y mucho menos en aparentar o seguir los dictados de los otros. 
Está en SER. No hay experiencia tan rica, inspiradora y reconfortante como la de SER.
Algunas mañanas, nada más despertar, la pregunta asalta mi mente: ¿A dónde voy?
Y esa pregunta también me acecha en los momentos más inesperados. De una u otra manera, somos muchos lo que, con inquietudes espirituales, nos hacemos este tipo de preguntas y muchas otras.
Son esos interrogantes persistentes, incluso a veces obsesivos, que nacen de un alma que busca, anhela y ansía una comprensión profunda de aquello que se esconde tras las apariencias y cuyo sentido, escapa a una mente racional y llena de limitaciones humanas. Penetra uno en esos terrenos que le condujeron a Buda a afirmar: "El que interroga, se equivoca, el que responde, acierta".
No es tanto el asunto de a dónde voy o de dónde vengo, como el de encontrar un sentido en el estar presente y convertir cada instante en supremo y una vía hacia un modo de percibir diferente al ordinario. 
Por eso la grandeza de la meditación no consiste en ir o venir, sino en ser y estar. No hay pasado, no hay futuro, no hay preguntas. Es presencia. Los dedos que señalan la luna no son la luna. Los nombres de las cosas no son las cosas.
El ego sigue preguntándose, porque quiere saber a dónde vamos, de dónde venimos, si nuestra vida tiene o no un significado, si representamos algo en este vasto universo. A la pregunta que repiquetea en mi mente, le contesto con un sentimiento intenso e invulnerable: el de querer ir hacia mi mismo aunque sea por un fugaz instante.
Se trata de la aventura de ir aunque no lleguemos. Uno no elige el viaje; el viaje le elige a uno. Pero una vez que el viaje hacia adentro te ha elegido, es una calamidad resistirse a él. En lugar de extraviarnos en una madeja de opiniones que pueden terminar por confundirnos, lo mejor es poner en práctica las herramientas que se nos han proporcionado. 
En lugar de filosofar, hagamos una práctica diaria de evolución consciente.
Ramiro Calle

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