24 de enero de 2013
BUSCAMOS EN LA COMIDA, LO QUE NO TENEMOS EN LA VIDA.
Reina García Closas, médica nutricionista.
Nuestra sociedad fabrica obesos tristes. Genera frustración y ansiedad. Y, en vez de pasearlas con los amigos como antaño, propicia nuestra pasividad solitaria ante múltiples pantallas.
Siempre en busca de un buen sofá.
¿Sabe por qué los enamorados adelgazan?
¿Los sinsabores del mal de amores?
Al contrario: están dopados y felices con las endorfinas y por eso comen menos. Buscamos en la comida lo que no nos da la vida.
Y hay tentaciones en cada esquina.
Muchas de ellas empaquetadas, pero crujientes, gracias a la grasa trans que acompaña a alimentos insanos, aunque gratificantes por su elevadísimo IG (índice glucémico: glucosa en sangre). Te sacian enseguida al dispararlo, pero, tras dos horitas, lo dejan incluso más bajo que antes... Y quieres más.
¿Una caloría no es una caloría y punto?
Importa más lo que comes que cuánto comes. Toda la harina blanca: desde la barra de pan blanco de toda la vida hasta la bollería y pastelería; o las patatas; la pasta –y peor si está muy cocida–; las bebidas embotelladas azucaradas; todas esas chucherías cargadas de aditivos y azúcar... Causan obesidad por su alto IG: ¿sabe que el pan blanco tiene un IG más alto que el azúcar?
Con lo bueno que está.
¡Por eso mismo! Si lo sustituye por pan negro de grano entero –no integral a medias–, le gratificará menos de entrada, pero no le engordará. Nos conviene el milagroso yogur con probióticos para la flora intestinal; frutos secos, las frutas, los cereales y verduras: espárragos, puerros, dalias, achicoria... Recuperémoslas. Pero, además del IG, en nuestra dieta influyen también las grasas...
¿Todas son igual de malas?
De nuevo importa más el tipo que la cantidad. La mejor sería la del pescado azul o la del aceite de oliva o frutos secos, y la peor, la grasa hidrogenada o trans: que convierte galletas, patatas, aperitivos y tanta comida empaquetada en crujiente y apetitosa.
Y conveniente para guardar y vender.
Pero perjudicial para comer. La paradoja es que la industria ha logrado abaratar esos alimentos insanos de paquete y conserva y, en cambio, los buenos alimentos frescos son cada vez menos disponibles y más caros.
Por eso hoy estar gordo es de pobre.
Las clases menos favorecidas sufren más frustraciones y tienen menos información, por eso son las primeras víctimas de la epidemia de obesidad que nos asuela.
Hay quien come de todo y no engorda.
Solo el 10% goza de una genética que se lo permite, según el estudio de Willett et al., en Harvard, sobre 120.000 personas durante 20 años. El resto si no vigila, engorda.
Hoy se hace mucho deporte.
Pero menos ejercicio inadvertido: mi abuela gastaba el doble de calorías haciendo la cama que yo con edredón, auxiliada además en todo por electrodomésticos. No compare mi infancia de correteos por las calles...
Cuando estar hermoso era estar sano.
Con los niños de hoy frente a sus pantallas día y noche. "Rapaza: come el pan, y así te crecerá el pecho", me decía mi abuela gallega. Pero ¡qué pan! Predominaban alimentos frescos en la mesa y gozábamos del equilibrio de paseos y charla en la calle que liberaban endorfinas lentamente.
Perder el tiempo con gente es ganarlo.
Mi abuela iba al huerto cada día a los 80 y no dejaba pasar una oportunidad de comadreo. Y es que la obesidad no es sólo cuestión de alimentación: es un fallo del equilibrio dieta-ejercicio-relajación. Y la conciencia de vivir el momento ayuda: por eso aconsejo el rito ansiolítico de bendecir la mesa.
Los ateos que mediten un minuto.
Sin goce, hay más engorde. Oler, saborear, compartir el rito de la comida ayuda a que transcurran sin ansiedad los 15 minutos que necesita para llegar al cerebro la señal de saciedad. Si usted conversa relajado mientras llega, no engulle como un poseso.
Y cuando llega, no he comido el doble.
Si comes sin ansiedad, comes menos. La relajación ayuda a no engordar, igual que las sanísimas ocho horitas de buen sueño.
¿Si comes menos vives más?
La obesidad causa inflamación –relacionada con el envejecimiento– y acelera la oxidación celular, porque la grasa segrega moléculas proinflamatorias. Pero yo aconsejo comer más de lo bueno y menos de lo malo.
Que tu alimento sea tu medicina.
La cita es exacta, porque para frenar esa oxidación y desinflamar podemos tomar alimentos de la dieta Smart que prescribo con Willett: algunos de la dieta mediterránea, que cada día alabamos pero olvidamos, como el vino tinto, los frutos secos –ojo: son sanísimos, pero muy calóricos–; aceite de oliva, pescados...Y de otras dietas, como el cacao y los frutos rojos o el té verde
¿Hay michelines peores que otros?
La grasa subcutánea bajo la piel en caderas, muslos y glúteos de las señoras premenopáusicas es una obesidad ginoide o periférica y no es peligrosa...
Rubens la idealizó; hoy no es estética.
... En cambio, la grasa abdominal androide o central sí es muy perjudicial y propicia las cardiopatías. Mídase la cintura y si supera los 102 centímetros –88 en las señoras–, adelgace con urgencia.
Por aquí también pasó Dukan...
La suya no es una dieta sana. Yo rechazo la ingestión masiva de carne roja, porque favorece el envejecimiento prematuro y las cardiopatías.
Lluís Amiguet.
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