28 de marzo de 2014

ORÍGENES. DANIEL MEUROIS.


Orígenes.

¿No me reconoce? Míreme bien…
Esta pregunta, muchas veces con acento patético, me la han hecho numerosas veces, en conferencias o encuentros públicos. 
He contestado siempre: No…, lo siento… y es verdad, siempre he sentido tener que soltar este “No” como un veredicto sin apelación posible. 
La verdad a veces hace daño, por eso, en muchas ocasiones nos hace huir y preferimos el refugio del sueño…
Sin embargo, qué otra cosa contestar cuando sabemos con seguridad que ofrecer un “Sí”, como si se entregara un diploma, sería criminal. 

Incluso un diplomático “tal vez” lo sería igualmente.
Alimentar la ilusión nunca ha ayudado a nadie, no se puede ir sembrando por todos lados sus propios hologramas, sin que tenga consecuencias graves. 

Se de gente que, desgraciadamente lo hace, susurrando nombres, distribuyendo roles del pasado, y atribuyéndose así, de paso, su ración de poder personal, menciono con frecuencia que hasta ahora he encontrado muchas personas en busca de reconocimiento, los apóstoles, Juan y las Marías Magdalenas, claro, se cuentan por decenas, los Akenaton y las Nefertitis igualmente, sin hablar de los Melchisedek y de Moisés. 
He tenido la ocasión de hablar por teléfono con dos Budas Maitreya, y una Virgen María…
Si en estas líneas evoco una vez más todo esto, no es para reírse. 

Solo quisiera intentar comprenderlo mejor y hacer comprender. ¿Decir que estas personas están locas y mandarlas a un psiquiatra? No, no optaría por esta opción, porque creo que las nociones de locura y de trastornos mentales son imprecisas, subjetivas y de hecho, fluctuantes.

A decir verdad, me parece que, sobre esta tierra, estamos todos enfermos a nuestra manera… y aquí nos quedaremos hasta que no hayamos pasado por todos los delirios que nos permitan finalmente, encontrarnos.
¿Exagero? Todo es cuestión de mirada y de prejuicio, personas con patologías mentales y trastornos de la personalidad existen tanto si queremos como si no, en todos los niveles de nuestras sociedades humanas.
Casi siempre, las consideramos normales, aunque provocan guerras, roban los bienes de otros, venden armas, juegan a los aprendices de brujo en laboratorios, torturan a los animales… o, simplemente, tiranizan a sus allegados en sus entornos familiares y profesionales. Junto a estas, ¡Todas las Marías Magdalenas del mundo son completamente inofensivas !
Lo que creo descodificar observando todo esto es un gran sufrimiento, el del ser humano en su globalidad que no sabe ni quién es ni a dónde va. 

Si hay una antigua pregunta que siempre vuelve… evidentemente, es esta… Una Cuestión dramática además, ya que hoy día cada vez es más aguda.
No haré aquí de nuevo un juicio sobre un mundo que ha perdido sus referencia y sus valores fundamentales. 

Es inútil, la constatación sería estéril.
No, si he cogido la pluma, es más para hablar de sencillez y de sentido común… en resumen, para el recuerdo de la sola y única de nuestras identidades en la que merece la pena detenernos. 

Nuestra identidad como aprendices de la vida.
Sea cual sea las máscaras que elegimos llevar, ésta la tenemos todos en común. Un día u otro viene a plantarse delante de nosotros y nos impone su realidad sin tardar.
Que pensemos haber sido Gengis Khan, Julio Cesar o Santa Teresa de Lisieux no cambiaría nada, porque al final, es en la desnudez de nuestra alma donde seremos llamados todos a mirarnos. Serán entonces nuestros miedos y nuestras carencias los que nos definirán…
Es el corte con nuestra esencia lo que nos hará gritar… hasta que aceptemos “devolver el alma”, es decir, no jugar más un papel, no hacer trampa.
A esta altura, no tenemos otra cita más que con nosotros mismos… ya que, sin duda es menos trágico mostrar una máscara a otros que a nosotros mismos. 

Dejarse adormecer por la mentira y hundirse poco a poco en la ilusión imaginándose que de este modo va a crecer, es programarse tarde o temprano un despertar que forzosamente va a ser doloroso.
La necesidad de conocimiento es común a todos nosotros, esto es una evidencia. Hasta un animal reclama que se le aprecie. 

El sentimiento de ser amado forma parte de los alimentos vitales para el alma, tanto como el de amar. No hay nada que decir en contra de esto. 
Solo hay un problema cuando creemos que es necesario tener o haber tenido “un apellido” para merecer el amor y el reconocimiento.
Lo que no sabemos, es que hay grandes apellidos bajo los cuales se escondieron o se esconden aun seres humanos inmaduros.
No nos damos cuenta tampoco que hay discípulos del Cristo que fueron grandes ignorante o buenos manipuladores y podemos preguntarnos porqué la historia conservó sus nombres. A menudo la iglesia fabricó santos sobre bases políticas…
En la misma línea muchos no llegan aun a comprender que no hay ninguna gloria en haber sido eventualmente Atlante… no más que decir que hoy somos europeos o americanos.
Lo que nos hace falta es dejar de huir administrándose anestésicos de la conciencia. Y huir… es elaborarse escenarios como si nos colgáramos medallas en el aura. 

En el momento nos alimenta centelleando, pero… nos aleja de nosotros mismos, de nuestra esencia, que necesita respirar y encontrarse sin dar más rodeos.
Acordarse no es lo que creemos. Si esa facultad raramente se da a un ser humano es porque tiene fuertes consecuencias. 

Es porque exige el olvido de lo que no somos en realidad. “Este olvido de lo que somos” que termina por desbloquear la memoria, ¿no sería, por otra parte, mal nombrado ya que se trata de un “olvido de mí”?
Acordarse tiene pues un precio que el ego no soporta mucho tiempo. Así, la memoria que se eleva por encima de las memorias, es una prueba que no hay que apresurarse demasiado en reclamar…
Si somos muchos en nuestra sociedad a reclamar esto, es importante conocer las exigencias.
Mi esposa Marie Johanne hace poco decía: “Hay vidas para hablar y vidas para callarse…” En otros términos nos recordaba la Inteligencia, la Sabiduría y el Amor del Divino que nos colocan siempre en las condiciones más favorables para nuestro florecimiento… aunque estas no sean de nuestro agrado.
Recordemos verdaderamente que si la vida no nos parece siempre justa, en cambio, es rigurosamente exacta… Ella sabe lo que hace!!
Crónicas de Daniel Meurois.

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